Por New York Times Book Review
La
irracionalidad humana es el gran tema de Daniel Kahneman (Tel Aviv,
1934), premio Nobel de Economía en 2002. Hay tres etapas en su carrera.
En la primera, Amos Tversky (Haifa, 1937) y él realizaron una serie de
experimentos que revelaron más o menos 20 “prejuicios cognitivos”: unos
errores de razonamiento inconscientes que distorsionan nuestra opinión
del mundo. En la segunda etapa, mostraron que las personas que toman
decisiones en unas condiciones inestables no se comportan de la manera
en que los modelos económicos han supuesto tradicionalmente, no
“maximizan la utilidad”. Más tarde, desarrollaron una explicación
alternativa de la toma de decisiones más fiel a la psicología humana, a
la que llamaron “teoría de las perspectivas”. (Kahneman recibió el Nobel
por este logro.) En la tercera etapa,tras la muerte de Tversky,
Kahneman ha profundizado en la “psicología hedónica”: la ciencia de la
felicidad, su naturaleza y sus causas. Sus conclusiones en este
campo han resultado inquietantes, y no solo porque uno de los
experimentos clave incluía una colonoscopia deliberadamente prolongada.
Pensar rápido, pensar despacio abarca
estas tres etapas. Es un libro asombrosamente rico: lúcido, profundo,
repleto de sorpresas intelectuales y de valor para la autoayuda. Resulta
entretenido en general y conmovedor en numerosas ocasiones,
especialmente cuando Kahneman cuenta con Tversky.Su visión de la imperfecta razón humana es tan impresionante que el columnista del New York Times David Brooks declaró recientemente que su obra “será recordada durante siglos".
Para
empezar, uno de los temas principales de este libro es el exceso de
confianza. Todos tendemos a tener una sensación exagerada de lo bien que
conocemos el mundo, como nos recuerda Kahneman. A pesar de todos los
prejuicios cognitivos, falacias e ilusiones que Tversky y él pretenden
haber descubierto, evita la atrevida afirmación de que los seres humanos
son básicamente irracionales. ¿Pero lo hace? “La mayoría de nosotros
estamos sanos la mayor parte del tiempo, y la mayoría de nuestros
juicios y acciones son apropiados la mayor parte del tiempo”, escribe
Kahneman en su introducción (p. 14). Sin embargo, al cabo de pocas
páginas, señala que el trabajo que realizó con Tversky desafiaba la idea
ortodoxa entre los científicos sociales de los 70 de que las personas
son por lo general racionales. Los dos psicólogos descubrieron errores
sistemáticos en el pensamiento de personas normales. Aunque
Kahneman solo extrae unas modestas conclusiones políticas, otros van
mucho más lejos y hablan de cómo resolvemos las crisis económicas, por
ejemplo. Estas conclusiones radicales, aunque el autor no las
respalde, me hacen fruncir el ceño. Y al fruncir el ceño -como uno
descubre en este libro- se activa el escéptico que llevamos dentro: lo
que Kahneman llama “Sistema 2”. Solo el fruncir el ceño, como muestran
los experimentos, sirve para reducir el exceso de confianza, hace que
seamos más analíticos y estemos alerta. Y esa es la razón por la que leí
este libro extraordinariamente interesante frunciendo el ceño con
escepticismo.
El Sistema 2, según el esquema de Kahneman,
es nuestra forma lenta, deliberada, analítica y conscientemente
diligente de razonar sobre el mundo. El Sistema 1, por el contrario, es
nuestra forma de razonar rápida, automática, intuitiva y en gran parte
inconsciente. Es el Sistema 1 el que detecta la hostilidad en una voz.
El Sistema 2 es el que entra en acción cuando tenemos que rellenar la
declaración de la renta. El Sistema 1 propone, el Sistema 2 dispone. De
modo que parece que el Sistema 2 es el jefe, ¿no? En principio, sí. Pero
el Sistema 2, además de ser más reflexivo y racional, también es vago. Y
se cansa con facilidad. “Aunque el Sistema 2 cree que está donde está
la acción”, escribe Kahneman, “el Sistema 1 es el héroe de este libro”.
Llegados a este punto, el lector escéptico podría preguntarse si debe
tomarse en serio todo lo que se dice del Sistema 1 y del Sistema 2. ¿Son
una pareja de pequeños agentes en nuestra cabeza? La verdad es que no,
afirma Kahneman. Son más bien “ficciones útiles”que nos ayudan a
explicar las singularidades de la mente.
Kahneman
describe una gran cantidad de fallos en la racionalidad, demostrados
con experimentos como “la omisión del índice de base”, “la cascada de
disponibilidad”, “la ilusión de la validez”, etc. El efecto
acumulado es hacer que el lector pierda la esperanza en la razón humana.
Naturalmente, algunos prejuicios cognitivos se ponen de manifiesto en
las situaciones más naturales. Tomemos, por ejemplo, lo que Kahneman
llama la “falacia de la planificación”: nuestra tendencia a sobreestimar
los beneficios y a subestimar los costes, y de ahí la aceptación
estúpida de proyectos arriesgados. En 2002, los estadounidenses que
reformaban sus cocinas, por ejemplo, esperaban que el trabajo costara
una media de 18.658 dólares, pero acababan pagando 38.769.
La
falacia de la planificación es “solo una de las manifestaciones de un
prejuicio optimista generalizado”, escribe Kahneman. Ahora bien, si una
inclinación hacia el optimismo puede ser malo, ya que genera falsas
ideas, como la “ilusión de que lo controlamos todo”, sin ella, ¿seríamos
incluso capaces de levantarnos por la mañana? Los optimistas son
psicológicamente más resistentes, tienen sistemas inmunológicos más
fuertes y viven más años que los pesimistas. Es más, según Kahneman el
optimismo exagerado sirve para proteger tanto a las personas como a las
organizaciones de los efectos paralizantes de otro prejuicio, “la
aversión a las pérdidas”: nuestra tendencia a temer las pérdidas más de
lo que valoramos las ganancias.
Incluso si pudiésemos
deshacernos de los prejuicios y de las ilusiones identificados en este
libro, no queda claro que esto mejoraría nuestras vidas. Y esto plantea
una pregunta fundamental: ¿qué propósito tiene la racionalidad? Al fin y
al cabo, somos supervivientes darwinianos. Nuestras capacidades de
razonamiento cotidianas han evolucionado para hacer frente de manera
eficaz a un entorno complejo y dinámico.
Kahneman nunca se
enfrenta filosóficamente a la naturaleza de la racionalidad, pero
proporciona una explicación fascinante de lo que podría pensarse que es
su objetivo: la felicidad. ¿Qué significa ser feliz? La primera vez que
Kahneman se ocupó de esta pregunta, a mediados de la década de los 90,
la mayoría de los estudios sobre la felicidad consistían en preguntarle a
la gente lo satisfecha que estaba con su vida. Pero esas valoraciones
retrospectivas dependen de la memoria, que es poco fiable. Sin embargo,¿qué
pasaría si se pudiesen tomar muestras de la experiencia real de placer o
de dolor de una persona a cada momento, y si luego se pudiese resumir a
lo largo del tiempo? Kahneman llama a esto bienestar
“experimentado”, en contraposición al bienestar “recordado” en el que
los investigadores se habían basado. Y descubrió que estas dos medidas
de la felicidad difieren de forma sorprendente. Lo que hace feliz al “yo
experimentador” no es lo mismo que lo que hace feliz al “yo
recordador”. Concretamente, al yo recordador no le preocupa lo mucho que
dura una experiencia. En cambio, valora retrospectivamente una
experiencia según el nivel máximo de dolor o de placer que experimentó, y
según la forma en que acaba la experiencia.
Para cuando
llegué al final de Pensar rápido, pensar despacio, mi ceño fruncido
escéptico había dado paso hacía mucho tiempo a una sonrisa de
satisfacción intelectual. Al evaluar el libro, insto a todo el mundo,
con plena confianza, a comprarlo y a leerlo. Pero esto es para aquellos
que estén sólo interesados en las conclusiones de Kahneman sobre la
pregunta de Malcolm Gladwell: si han recibido más de 10.000 horas de
formación en un entorno predecible y de reacción rápida, entonces
parpadeen. En todos los demás casos, piensen.
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